HISTORIA DE MORATALLA

Alguien ha dicho que Moratalla tiene nombre de mujer hermosa. El municipio de Moratalla ha ocupado, durante centenares de años, las tierras quebradas  y escabrosas que forman la frontera entre Andalucía, Murcia, Castilla-La Mancha y con sus 961'3 kilómetros cuadrados de extensión se sitúa entre los diez mayores de España. Adentrarse por su geografía supone encontrarse con el pasaje en su infinidad de formas, colores y sensaciones. Desde las tierras bajas de la vega del Segura, en Salmerón, hasta el techo de la Región, en Revolcadores, una orografía fragosa y sorprendente siempre acompaña al viajero a lo largo de un centenar de kilómetros de topónimos decidores: Moharque, Benízar, Mazuza, El Arrayán, Alhárabe, Benámor, Zacatín, Majarazán, Inazares... trasunto fiel de siglos de cultura musulmana, conservados de forma impecable en el transcurso azaroso de tiempos y culturas.

Ya desde la primera gran revolución humana, el neolítico, necrópolis y poblados como el dolmen de Bagil, Cerro de las Víboras o los Castillicos, testimonian un poblamiento rico y fecundo, del que primitivos artistas nos han legado su misión iconográfica, en composiciones como los abrigos rocosos de la Cañaica del Calar o La Risca, entre otros. Más tarde, la romanización dejaría su impronta en villas rústicas y caminos, que constituirían la base de la colonización campesina y las comunicaciones, a lo largo de un acontecer histórico que se alarga, casi, hasta nuestros días.

Desde los tiempos de Tudmir, las tierras moratalleras constituirán la avanzadilla serrana del posterior reino de Murcia, que fortificará sus enclaves más poblados con castillos musulmanes como los de Moratalla, Benízar o Priego e iniciará un destacado desarrollo agrícola y ganadero, asentando en el cultivo del olivo y el pastoreo de la oveja segureña. Posteriormente, el avance de los conquistadores del norte volverá a acentuar el carácter fronterizo y legendario. Gestas guerreras con la de Ibn Hilal, el moro que cegó por Moratalla, dieron paso a la cristianización a partir de 1243, con fuero otorgado, el de Cuenca, bajo la autoridad del Rey Sabio. Pero la existencia del reino nazarí, tan próximo en la geografía -y quién sabe si también en los corazones-, hizo reconstruir murallas y levantar nuevas defensas como la torre del homenaje del castillo de Moratalla, exponente magnífico de arquitectura militar, desde la que comendadores santiaguistas (Orden de Santiago) de cruz en pecho vigilaban las frecuentes razzias moras y participaban en luchas fronterizas como la batalla del Puerto del Conejo, ya en la tardía fecha de 1420. La dominación santiaguista impondrá una cristianización forzada en tierra morisca, sembrando la villa y sus inmediaciones de ermitas, posiblemente emplazadas  sobre antiguas mezquitas musulmanas: La Soledad, Santa Lucía, San Antón, San Jorge, Santa Quitería, San Sebastián, San Andrés, la mayoría de ellas definitivamente desaparecidas.

El crecimiento demográfico en el siglo XVI supuso la consolidación de la villa, con la construcción de la iglesia de Santa María de la Asunción desde 1520, en principio bajo la traza de Francisco Florentino y Juan de Marquina y después de 1563, según proyecto reformado por Pedro de Antequera. Hoy monumento de carácter nacional, desde 1981, destaca por su planta basilical incompleta y la esbeltez de sus columnas jónicas, que sustentan elegantes bóvedas.

También de la segunda mitad del XVI data el definitivo asentamiento de los franciscanos en el convento de San Sebastián y su posterior y continua expansión, completándose las obras de la torre y fachada en el primer tercio del siglo XVIII. Estas forman un precioso exponente del barroco murciano, en uno de los rincones más entrañables de la villa.

Es la época de la expansión agrícola y se impone la colonización campesina hacia en interior de las sierras. Los aparecimientos milagrosos, tan en boga en ese momento, van a significar una ayuda inestimable para el asentamiento definitivo del poblamiento campesino y el afianzamiento de la fe cristiana, quizás todavía no muy arraigada entre una población con indudable ascendiente morisco. El aparecimiento de Jesucristo en el Monte Benámor en 1493 y el de la Virgen de La Rogativa en la rambla de su nombre, en 1535, van a legar a la cultura y tradiciones moratalleras un aporte fundamental. Inmediatamente después se construirán la ermita y posterior convento mercedario de la Casa de Cristo, hoy en fase avanzada de reconstrucción, y el santuario de La Rogativa, modelo de construcción campesina, felizmente recuperado.

Moratalla proseguirá su crecimiento agrícola y expansión urbana basados en el cultivo del olivar y el viñedo, su riqueza forestal y cerealística e importante cabaña ganadera, que culminará en el siglo XVIII. Entre tanto, el humanista Alonso Sánchez, quien unirá a su apellido el de Moratalla (Alonso Sánchez de Moratalla), propagará el buen nombre de su nacimiento a través de su sabiduría, o el indiano Juan López se lanzará a la aventura americana, destacando en la colonización del nuevo continente.

El XVIII, el gran siglo de Murcia, lo será también de Moratalla. El pueblo rompe la muralla y se expande extramuros. Se acaban las obras del interior de la iglesia de La Asunción, se construyen o amplían importantes casas señoriales que cerrarán la calle Mayor, se reedifica la ermita de Santa Ana y los caldos y el aceite moratalleros alcanzan merecida fama fuera de nuestra jurisdicción. Pedro Ramón Barba llevará su arte escultórico hasta la misma Roma y, más tarde, será nombrado primer escultor de cámara del Rey Carlos IV.

Malos vientos empujarán a Moratalla hasta la edad contemporánea. La escasez de agua, nunca resuelta, frenará el desarrollo agrícola, y a los destrozos y empobrecimiento como consecuencia de la guerra contra los franceses, se unirá la inseguridad campesina generada por el bandolerismo y más adelante potenciada por las partidas carlistas, que se movieron con comodidad por un territorio agreste y mas comunicado. Las sucesivas desamortizaciones dejaron a las instituciones absolutamente empobrecidas, mientras el caciquismo arraigaba con fuerza en estas tierras. La implantación del nuevo y revolucionario medio de transporte, el ferrocarril, aisló aún más a Moratalla, mientras las tímidas reformas emprendidas hacia finales de siglo en las carreteras se hicieron bajo un trazado tan tortuoso, que arrieros y carreteros prefirieron seguir utilizando, hasta mucho tiempo después, las antiguas veredas y caminos de herradura. Aquella sociedad post-romántica se iba adentrando, de forma inexorable, en el empobrecimiento.

El grito regeneracionista de principios de este siglo, que ahora se extingue, se hizo patente a través de los dos periódicos locales que llegaron a publicarse, El Progreso y El Ideal, que ya alertaron sobre la que habría de ser una constante a lo largo del mismo, la emigración, a la vez que dejaban constancia de la desaparición del cultivo de la vid, víctima de la filoxera, que nunca llegaría a recuperarse.

El débil y restringido impulso cultural del momento dio como fruto la culminación, en 1917, de las obras del precioso teatro de la localidad, mientras la ruina definitiva de la torre - campanario renacentista y de los corredores dieciochescos de la iglesia mayor- daba paso a la construcción de la actual torre en 1931. Ambas construcciones pararán a ser elementos definitorios de la fisonomía urbana de nuestro pueblo.

La construcción del pantano del Cenajo en la década de los cincuenta, el mayor embalse de la Región, enclavado en parte en nuestro término municipal, ni el posterior trasvase Tajo-Segura, han aportado ninguna riqueza a la débil economía local. Antes bien, estas primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX presenciaron la mayor sangría demográfica de la historia de Moratalla, tan sólo frenada hace algunos años y cuyas consecuencias en el envejecimiento de la población se acusan fuertemente en estos momentos. Fueron los años en que el tenor García Guirao cantaba con gran éxito, a su Moratalla querida, por tierras americanas.

La mejora de la comunicaciones, aunque aún insuficiente; la instalación de algunas fábricas del sector de la madera, el desarrollo del todavía incipiente sector turístico, para el que nuestro pueblo posee innegables y abundantes recursos naturales, y, quizás, una adecuada reestructuración del sector agrario pueden adentrarnos en el nuevo milenio desde una perspectiva esperanzadora.

Texto de José Ludeña López.

Nota: El texto de este documento está con la autorización del autor, José Ludeña López, al cual agradezco su colaboración.